Flashback 1

¿Quién coño es ese? Me pregunto una y otra vez mientras le veo cruzar la esquina y dirigirse a donde estamos todos charlando. Metro noventa, figura esbelta y andares de gacela. Estamos a finales de noviembre y ya ha oscurecido, por lo que sólo puedo vislumbrar su sombra mientras se acerca.

María y Laura charlan alegremente delante de mí, actualizándose después de varios años en los que hemos estado sin contacto. Varios años es una manera sutil de decirlo, desde que terminamos la carrera, hace 10 años, no nos hemos vuelto a juntar todos. Como es normal, con algunos compañeros mantienes el contacto, pero es imposible hacerlo con todos. Con esto de Facebook, hace un mes me llegó una invitación del relaciones públicas de la clase a una cena de navidad para volver a reunirnos, y no pude evitar sentir curiosidad por saber qué había sido de mis compañeros de periodismo.

Cuando llega a donde el grupo está, empieza a saludar a los que tiene más a mano, y es entonces cuando me doy cuenta de que todos le conocemos.

-¡Paúl, tío! –escucho que dicen por ahí – ¡cuánto tiempo, cabrón!

Me quedo planchada, y no soy la única que se da cuenta.

-Jodeer con el Paúl, qué bien le han sentado estos años – dice Laura mirando hacia donde Paúl saluda a todos – y tú Sara, ¡deja de babear!

Cierro la boca al instante y las tres nos quedamos embobadas mirándole. Viste un abrigo negro que le llega por encima de las rodillas, una bufanda gris y unos guantes de cuero negro que dejan adivinar unas grandes manos. Lleva unos vaqueros ajustados y unas botas de invierno. Lleva el pelo largo por arriba a modo tupé, parece suave y brillante, y me dan ganas de pasarle mi mano por su pelo. Ah, y lo más importante, tiene una sonrisa de perdonavidas que no pasa desapercibida a ninguna.

La imagen del antiguo Paúl me viene a la cabeza, un joven alto y delgado, con aires despistados y algo desgarbado. De toda la clase, era el que más desapercibido pasaba, siempre callado y centrado en su trabajo, sin dar la nota, sin interactuar.

El Paúl que veo ahora no tiene nada que ver con el de hace 10 años. Queda latente su seguridad a la hora de andar y hablar, aunque siga demasiado embobada como para escuchar cualquier cosa de lo que dice. Su cuerpo se ha desarrollado hasta convertirse en un cuerpo de hombre, musculado y completamente proporcionado. Y no lo digo porque desde que haya cruzado la equina me haya dedicado a hacerle una radiografía completa, no. Ni siquiera me he dado cuenta de lo bien que le quedan los vaqueros que se ajustan perfectamente a sus musculosas piernas.

Cuando llega a nuestro lado para saludarnos y se inclina hacia mí para darme dos besos, en el momento en el que sus suaves y calientes labios se posan en mi mejilla y huelo su perfume, en ese momento, siento cómo una descarga eléctrica viaja desde el punto en el que nuestras pieles se tocan hasta mi entrepierna.

Nos quedamos un segundo más de lo necesario tocándonos, siento su aliento en mi mejilla. Y cuando nos separamos, un milisengund
o antes de volverse hacia María para seguir con la ronda de besos, veo deseo en sus ojos.

CONTINUARÁ…

EC2

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